El Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile fue un proyecto de independencia y federación de las posesiones españolas de América, bajo un sistema monárquico constitucional, propuesto por Manuel Belgrano durante los primeros años de las luchas de independencia hispanoamericanas; se lo conoce como Plan del Inca.
Antecedentes
Imperio de Colombia
En 1798, Francisco de Miranda, postulo la creación del Imperio de Colombia, el cual fue un proyecto monárquico americano, que incluía al actual Perú. Miranda tuvo la visión de un gran imperio independiente que agrupara a todos los territorios que estaban en poder de españoles y portugueses desde la margen derecha del río Misisipi en el norte hasta la Tierra del Fuego en el extremo sur del continente. El imperio estaría bajo dirección de un emperador hereditario llamado Inca para apaciguar a las etnias indígenas y tendría una legislatura bicameral.
Miranda tomaba aspectos importantes de la Constitución Monárquica francesa de 1791, aunque incluía otros del sistema estadounidense y del Imperio británico. Este nuevo Estado Federal se extendería desde el río Misisipi por el norte hasta el cabo de Hornos por el sur, teniendo como capital a Panamá.[1]
Tal propuesta nació tras la Independencia de las Trece Colonias, dado que Miranda pensaba que aquel nuevo Estado se volvería en pocos siglos muy poderosa en América y en el mundo, y que su afán imperial no tendría límites, la mejor forma de contrarrestar tal acontecimiento era crear un imperio que equilibrara la balanza.
La forma de gobierno de este imperio sería similar al de Gran Bretaña, estaría organizado de manera federal, regido por las familias incaicas, con sus poderes limitados por una legislatura bicameral. El jefe de Estado ostentaría el título de Emperador de Colombia.[2]
Origen del proyecto
Este es un extracto de Independencia de Argentina y Monarquismo en Perú
Hasta los primeros meses de la existencia del Directorio, los gobiernos de la Revolución se veían favorecidos, para justificar su legitimación frente a la opinión pública y las naciones extranjeras, por la ausencia del rey del trono español. Regresado Fernando VII a Madrid y anunciada la restauración absolutista en España, el lenguaje y los métodos diplomáticos debieron cambiar radicalmente. Por otro lado, el rey había ordenado la formación de un poderoso ejército que debía ser inmediatamente enviado al Río de la Plata, comandado por Pablo Morillo.
Por ello Manuel de Sarratea, enviado del Segundo Triunvirato a Europa, felicitó a Fernando por su regreso al trono y demostró su aparente sumisión a la autoridad del repuesto rey. Por ello fueron enviados Belgrano y Rivadavia también a Europa, a negociar con el rey la pretensión rioplatense de autonomía; en caso de fracasar, su misión sería la de conseguir un príncipe de alguna casa reinante en Europa para coronarlo rey del Río de la Plata.
Distinto fue, en cambio, el sentido de las cartas de Alvear al ministerio de relaciones exteriores británico en 1815, ya que significaban la sumisión lisa y llana a la soberanía inglesa; no obstante, podría haber sido ser una arriesgada estratagema para forzar a Gran Bretaña a apoyar a las Provincias Unidas contra España.
El fracaso en la misión conciliadora de Belgrano y Rivadavia los llevó a proponer la coronación del infante Francisco de Paula de Borbón, con la supuesta anuencia de su padre, el depuesto rey Carlos IV de España. Los diplomáticos llegaron a sancionar un proyecto de constitución monárquica y hasta planearon el secuestro del príncipe para su traslado al Río de la Plata.
Posteriormente, ya instalado el Congreso de Tucumán, el mismo Belgrano propuso la coronación de un rey de ascendencia incaica para las Provincias Unidas en Sud América, que aparentemente incluirían también a Chile y el Perú. Posteriormente se proyectó su enlace matrimonial con la Casa de Braganza, cuyos miembros residían en Río de Janeiro. El proyecto original fue rechazado principalmente por razones de racismo, y su derivación bragantina fue rechazada por Juan VI de Portugal.
Una vez instalado el Congreso en Buenos Aires, y ya bajo la influencia de Pueyrredón, el ministro de relaciones exteriores Gregorio García de Tagle envió varias misiones a Europa para negociar la coronación de otros candidatos, entre los cuales se consideraron las opciones del Duque de Orleans –el futuro rey Luis Felipe I de Francia– y del Príncipe de Luca. Éste había iniciado negociaciones con el ex rey de España Carlos IV (exilado en Roma) para crear en el Río de la Plata, un reino constitucional que sería gobernado por el Infante Francisco de Paula, hijo menor del citado monarca, plan que contaba con el apoyo de Napoleón, durante los Cien Días, en favor de Carlos IV. Sería intermediario en estas conversaciones el conde de Cabarrús, aventurero francés con quien Manuel de Sarratea había trabado amistad en Londres. De buena fe, Rivadavia y Belgrano aceptaron el plan, pues dadas las circunstancias por las que atravesaba Europa, era prácticamente imposible pretender que los países de ese continente reconocieran la independencia del Río de la Plata, bajo el sistema republicano. Sólo sería bien aceptada una monarquía independiente basada en el principio de la legitimidad. Los diplomáticos llegaron a sancionar un proyecto de constitución monárquica y hasta planearon el secuestro del príncipe para su traslado al Río de la Plata.
A fines de julio, Cabarrús salió de Londres con instrucciones y documentos, entre los que se encontraba un proyecto de Constitución, redactado por Belgrano, para aplicarlo en el futuro al imaginado «Reino Unido de la Plata, Perú y Chile». Cuando llegó a Italia ya se había producido la caída definitiva de Napoleón en la Batalla de Waterloo, lo que motivó el fracaso del plan del Reino Unido de la Plata, Perú y Chile. Carlos IV se negó a continuar las negociaciones, pues su conciencia le mandaba no hacer nada que no fuera favorable al legítimo rey de España, el restaurado Fernando VII de España a quien creía necesario consultar. Al final las negociaciones fracasarían porque, a juicio del monarca Fernando VII de España, el proyecto podía alterar la tranquilidad de las demás posesiones españolas en América, impidiéndoles la legitimidad política.
Del análisis de aquellas negociaciones surge que se trató de una maniobra política ante la eventualidad de que una gran expedición española intentara reconquistar el Río de la Plata. Finalmente la intentona fracasó y los planes monárquicos de la región quedaron en la nada.
Ante ello, a su regreso de la misión diplomática en Europa, a mediados de 1815, Belgrano volvió a proponer, esta vez con el apoyo de San Martín, un gobierno regalista pero, a diferencia del absolutismo europeo bregó por una monarquía constitucional. Allí promovió la adopción de la forma monárquica de gobierno, pero en cabeza de un descendiente de la dinastía incásica. Esta posición política no fue aceptada por los partidarios independentistas republicanos.
Ante los hechos consumados de su época determinados por la restauración del absolutismo de la Santa Alianza, Belgrano consideró que lo conveniente era preservar a la región del Plata a través de la declaración de su independencia y del establecimiento de un modo de gobierno monárquico moderado que pudiera ser reconocido por la mayoría de las potencias europeas reacias a tolerar un reavivamiento del liberalismo.
El 6 de julio de 1816, Belgrano expuso ante los diputados del Congreso de Tucumán, en dos reuniones, una propuesta de instaurar una monarquía casi nominal que ofrecía el trono, discutiéndose primero sobre elegir a algún príncipe europeo y luego a algún soberano de los descendientes de los Incas, muy probablemente proyectó que el título correspondiera a Juan Bautista Túpac Amaru, único hermano sobreviviente conocido del inca Túpac Amaru II, aunque también se consideraron a Dionisio Inca Yupanqui, jurista y militar mestizo que se había educado en Europa y que fue representante del Perú ante las Cortes de Cádiz, o a Juan Andrés Jiménez de León Manco Cápac, clérigo y militar mestizo que se ganó su fama por oponerse a los cobros excesivos del tributo y que participó como comandante militar en el levantamiento de Juan José Castelli, pues para cuando se tuvo intenciones de coronar a Juan Bautista, éste ya estaba anciano y cerca de la muerte. Posteriormente se proyectó su enlace matrimonial del Inca con la Casa de Braganza, cuyos miembros residían en Río de Janeiro. Sólo cuatro días después de hacer esta proclama, tuvo lugar el gran anuncio de la Independencia de Argentina, con una gran mayoría de los asambleístas optando por la forma monárquica sugerida que, además, debía tener sede en la ciudad del Cuzco, la capital del proyectado Nuevo Reino. Sólo Godoy Cruz y parte de sus colaboradores exigieron que dicha capital estuviese en Buenos Aires, aunque de todos modos se suscribieron al plan monárquico americano, apoyado por personajes de la talla de San Martín y Martín Miguel de Güemes. Su informe en la asamblea fue transcrito y comentado por Tomás Manuel de Anchorena en una carta muy posterior (4 de diciembre de 1846), dirigida a Juan Manuel de Rosas. Del texto se desprende el siguiente contenido de la propuesta Belgrano, donde informaba:
Según este Plan del Inca,[3] sería un gobierno efectivo y constitucional de estilo parlamentario tipo británica, con el objeto de lograr el pronto reconocimiento a nivel internacional de la independencia argentina. Su propuesta de implantar una monarquía inca parlamentaria fue ridiculizada por sus contemporáneos que apoyaban la formación de una república, el proyecto original fue rechazado principalmente por razones de racismo, y su derivación bragantina fue rechazada por Juan VI de Portugal. Los delegados porteños manifestaron su rechazo total a la delirante idea, casi sin ser escuchados. Se cuenta que uno de ellos llegó a gritar allí: "¡Prefiero estar muerto que servir a un rey con ojotas!"; y que los periodistas de Buenos Aires se mofaban de la decisión asegurando que ahora tendría que ir a buscarse "un rey patas sucias en alguna pulpería o taberna" en el Altiplano.[4] Sin embargo, obedecía a un inteligente cálculo por parte de Belgrano: la oferta de la corona a los Incas buscaba atraer la adhesión de parte de las poblaciones incas de las actuales zonas andinas de Bolivia, Perú y Ecuador al movimiento emancipatorio que se gestaba desde Argentina. Fue, con San Martín y Bernardo de Monteagudo, uno de los principales promotores de la Declaración de la independencia de las Provincias Unidas en Sud América, en San Miguel de Tucumán, el 9 de julio de 1816. Sin embargo, su fracaso de Belgrano en las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú fue determinante para que las Provincias Unidas del Río de la Plata perdieran el control del Alto Perú y cualquier posibilidad de difundir su proyecto en el Bajo Perú, misma zona donde la Nobleza incaica prefirió dar su apoyo a la Contrarrevolución de Córdoba y al Ejército Real del Perú que a la Revolución de Mayo y al Ejército patriota.
El Congreso de Tucumán finalmente decidió rechazar el plan del Inca, creando en su lugar un estado republicano y centralista.[5] Hacia 1819, una vez instalado el Congreso en Buenos Aires, y ya bajo la influencia de Pueyrredón, reapareció la posibilidad de coronar a un noble francés como rey constitucional de las “Provincias Unidas”, el ministro de relaciones exteriores Gregorio García de Tagle envió varias misiones a Europa para negociar la coronación de otros candidatos, entre los cuales se consideraron las opciones del Duque de Orleans –el futuro rey Luis Felipe I de Francia– y del Príncipe de Luca,[6] pero los tiempos eran otros; las tensiones entre unitarios y federales desembocaron en la batalla de Cepeda (1.º de febrero, 1820) y la consecuente caída del Directorio (11 de febrero), abortaron definitivamente la eventualidad.
A pesar de todo, este ideario monárquico serviría de inspiración para el Protectorado de San Martín en el Perú.
Proyectos en el futuro
Hubo varios proyectos en el futuro igual de grandes que este después de este.
Gran Colombia
La Gran Colombia era el primer paso para la unificación total de los pueblos libres ideada por Francisco de Miranda, quien concibió la creación de un solo Estado hispanoamericano independiente, el cual substituiría al conjunto de posesiones que componían el Imperio español en esta parte del hemisferio. En otras palabras, la idea de la integración americana para Miranda era inseparable de la idea de la independencia de las colonias hispanoamericanas.
Para julio de 1809, la independencia de las colonias americanas se había convertido para Miranda en un hecho ineluctable y vio por tanto llegado el momento de convocar un Congreso de diputados de villas y provincias de América sobre el propio territorio americano. Ningún otro lugar, a su entender, parecía más apropiado que Panamá para reunir ese congreso. Por su situación geográfica, el Istmo encarnaba la imagen de la unión entre el norte y el sur de la América de lengua española. Por la misma razón, Miranda había sugerido, en su plan de gobierno de 1801, que Colombo, la ciudad capital de Colombia, fuera construida en el istmo de Panamá.
El proyecto de Miranda no llegó a realizarse, pero la idea fue retomada por Simón Bolívar, quien, en 1815, en su «Carta de Jamaica», sugirió la reunión en Panamá de un Congreso de las Repúblicas americanas independientes, el cual no se concretó hasta 1826. Aunque los objetivos de este Congreso convocado por Bolívar tendían más bien al establecimiento de alianzas entre repúblicas independientes y no a la constitución de una sola república, como proponía Miranda.
Después del fracaso de la Segunda República de Venezuela y su corta permanencia en Nueva Granada como comandante militar, Bolívar se vio obligado a reflexionar sobre la causa de los fracasos previos, la situación internacional y la forma de lograr la independencia de forma duradera. Sus reflexiones le llevaron a la conclusión de que para alcanzar la independencia definitiva se debía derrotar totalmente a los españoles para impedir que realizaran acciones de reconquista. Para ello, los esfuerzos descoordinados y dispersos de los caudillos regionales a lo largo de América debían unificarse bajo un mandato único, y como garantía de una independencia permanente debía crearse una república grande y fuerte que pudiera desafiar las pretensiones de cualquier potencia imperial. Este proyecto estaba inspirado en la idea de una unión continental que abarcara desde el territorio de la Nueva España hasta el sur de Chile, después de alcanzada la independencia.
En el contexto de las guerras de independencia hispanoamericanas, fuerzas revolucionarias lideradas por Simón Bolívar sentaron las bases de un gobierno regular en una convención constitucional. Previamente, el gobierno había sido militar y altamente centralizado con poder ejecutivo directo ejercido por vicepresidentes o gobernadores, mientras el presidente Bolívar estaba en la Campaña Libertadora de Nueva Granada y en la Guerra de Independencia de Venezuela. Bolívar concluyó que era necesario crear un gobierno centralizado capaz de coordinar las acciones necesarias para resguardar las fronteras y aglutinar a los distintos pueblos de la América hispana como garantía de la independencia.
Para garantizar la libertad de Colombia, consideraba vital conseguir cuanto antes el control sobre Venezuela para impedir que los españoles la utilizaran como puesto de avanzada en Tierra Firme para sus campañas de reconquista, por lo que decidió emprender esta tarea como algo prioritario. Así, desembarcó en la isla de Margarita a mediados de 1816 decidido a lograr desde el principio el reconocimiento de su liderazgo y, después de obtener un éxito inicial con el jefe local Juan Bautista Arismendi, preparó la campaña para liberar el continente.
La consolidación del liderazgo supremo facilitó el control del oriente venezolano, y la instalación de Bolívar en Angostura trajo consigo el inevitable y largo enfrentamiento con las fuerzas expedicionarias del general español Pablo Morillo y la organización de los mecanismos para que el Gobierno pudiese funcionar. Para entonces el Ejército español ya se encontraba muy desgastado después de la campaña de reconquista realizada a lo largo de América, y el general Morillo no pudo evitar que sus tropas iniciaran un lento declive debido a la falta de recursos y de refuerzos para cubrir las bajas que sufrían.
Ya en 1818, la situación del Ejército español en Venezuela se tornó insostenible y Morillo se vio obligado a retirar algunas de sus fuerzas de la Nueva Granada para intentar contener a Bolívar. Para entonces, la situación política y militar era lo bastante buena como para pensar en la organización de un Estado, y así fue como Bolívar instaló el Supremo Congreso de la República en Angostura el 15 de febrero de 1819.
Federación de los Andes
El plan exigía que la unión fuera iniciada en y promovida por Bolivia y Perú para no ser vista en esos países como una imposición colombiana. Por eso, Sucre gobernaba en la primera mientras Bolívar intentaba imponer el plan en Lima. Se esperaba que Sucre negociaría con los peruanos para sumarlos a la Federación. Estas se haría a través de plenipotenciarios. Una vez asentada la constitución del Libertador en Bolivia se debía seguir con Perú y finalmente con Colombia. Para lograrlo, debía mantener tropas colombianas en Perú y Bolivia, lo que aumentó el descontento que ya producían sus constituciones vitalicias, porque eran vistas como las guardias pretorianas de sus gobiernos títeres.
Confederación Perú-Boliviana
Hacia 1835, intrigas políticas provocaron levantamientos y divisiones en el Perú, imperando el caos. Para refrenar los intentos revolucionarios del mariscal Agustín Gamarra en el sur, el presidente Luis José de Orbegoso se dirigió al Cuzco. En su ausencia, el sargento Pedro Becerra se amotinó en el Callao en la madrugada del 1 de enero de 1835, apoderándose del Castillo del Real Felipe. La insurrección fue sofocada a los pocos días por el general de división Felipe Santiago Salaverry, proclamándose jefe supremo de la República. Así, el 23 de febrero de 1835 en el Perú, siendo presidente constitucional Luis José de Orbegoso, Felipe Santiago Salaverry tomó a la fuerza el control del país, si bien es cierto que Orbegoso quedó con el control del sur del país.
Siguieron meses de incertidumbre y zozobra que culminaron en el pacto que celebraron Luis José de Orbegoso y el presidente de Bolivia, general Andrés de Santa Cruz, para unir las dos repúblicas en una confederación. Buscando consolidar su gobierno, el golpista Salaverry marchó al sur para combatir a Santa Cruz, que al frente de un numeroso ejército, a solicitud de Orbegoso, había cruzado la frontera peruano-boliviana.
Se libraron grandes batallas: Gramadal, Puente de Arequipa, Uchumayo, con resultados favorables a Salaverry, pero, el 7 de febrero de 1836, en la decisiva batalla de Socabaya, en las inmediaciones de Arequipa, triunfó Santa Cruz. Salaverry, derrotado, fue sometido a consejo de guerra y condenado a muerte por insubordinación al presidente constitucional. Así, luego de la batalla de Socabaya, se estableció la Confederación Perú-Boliviana, de la que Santa Cruz fue protector con amplios poderes, instando en la reorganización del país, mediante la creación de una confederación formada por la República de Bolivia, y por dos nuevos estados surgidos de la República del Perú, el Estado Nor-Peruano y el Estado Sud-Peruano.
Estados Confederados del Río de la Plata
Los Estados Confederados del Río de la Plata fueron una propuesta de Estado ideada en 1850 por Domingo Faustino Sarmiento en el libro Argirópolis o la capital de los estados confederados del Río de la Plata que incluiría a la Confederación Argentina, El Estado Oriental del Uruguay, y el Paraguay, con capital en la isla Martín García, donde se fundaría su capital, llamada Argirópolis. Esta idea no prosperó debido a los cambios históricos producidos por la batalla de Caseros en 1852.
Parte del texto explica:
Estados Unidos del Perú y Bolivia
El 11 de junio de 1880, pocos días después de la derrota en la batalla de Tacna, bajo los mandatos de Nicolás de Piérola y Narciso Campero, ambos gobiernos firmaron en Lima un protocolo sobre las bases preliminares de la unión federal, que preveían:
Referencias




